Cuando me levanto por la mañana, abro la ventana y veo los árboles sin hojas, nunca entiendo la razón del por qué con la llegada de los fríos vientos invernales del norte, se vuelan todas por la calle y se amontonan entre los recovecos de las paredes, tal vez guarden relación con aquel comentario de mi abuelo Julián Segarra Ferreres cuando decía que la ventaja de transportar a los músicos de La Salzadella estaba en que las personas se cargaban y descargaban solas.
Cíclicamente aparecen las inclemencias meteorológicas y se produce una limpieza general, de tal suerte que en el árbol del comercio desaparecen algunas de las flores que nunca llegarían a madurar y hojas que no facilitan la función clorofílica, porque sus comerciantes, no viven ni sienten sus oficios en la sangre que corre por sus venas y permiten, si tienen algún cliente bueno, cederlo a los demás comerciantes que lo son de verdad, para que lo aprovechen.
Los aventureros del comercio que buscan acreditar ser analfabetos en su profesión, publicitan incomprensiblemente sus negocios, artículos y servicios para expansión e imagen comercial en épocas de esplendor y bonanza lo que sirve para lo mismo que no hacerlo igualmente en las ferias internacionales durante los tiempos de crisis y recesión.
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