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La paradoja de lo absurdo.-

En menos de medio siglo, hemos pasado de ser un pueblo agrícola a convertirnos en industrial, aunque más bien estamos decantados al sector servicios que al productivo porque siempre es más fácil comercializar lo que otros elaboran que fabricar y especialmente, si no estamos preparados para hacer las cosas bien por falta de instrucción o sapiencia.
Los productos derivados de nuestras respectivas actividades agrícolas, casi mantienen los precios de venta al transcurso del tiempo con muy débiles aumentos, mientras los costes de producción se incrementan anualmente de forma que los rendimientos netos son tan netos que las explotaciones se abandonan cambiándose las actividades económicas con el cambio generacional.
Ahora que han desaparecido los molinos de grano por haber perdido la costumbre de sembrar, de cuidar las cepas y vendimiar, de recoger las almendras y estando en vías de extinción el cultivo del olivo y la recolección de la aceituna, vamos a esperar impasibles a que se arruinen las escasas explotaciones para poder sentir añoranza, mientras compramos nuestros alimentos al exterior porque son baratos, quiero decir competitivos.

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El turismo de los grandes eventos.-

La sobreexplotación de los recursos naturales realizada por las actividades humanas siempre es perecedera y con el paso del tiempo, la sociedad también se da cuenta de la cambiante evolución de las necesidades colectivas, lo que precisa desarrollar nuevas ocurrencias con las que atraer a otros diferentes sectores de población con visitantes dispuestos a favorecernos con la compra de nuevos servicios.
Aparece la importancia, como dependiente de la majestuosidad del acontecimiento y de la capacidad de concentración de grandes cantidades de personas como auténticos hormigueros, siendo la clave del éxito de cualquier iniciativa que, en definitiva, viene medida por el número de toneladas de basura e inmundicia que dejan abandonada por los suelos donde se concentra la avalancha de personas incívicas y ruidosas que acuden a presenciarlo, porque lo verdaderamente importante, son las cifras macroeconómicas que posteriormente se publicarán para abrumarnos con las escandalosas cantidades, nunca imaginables y que en definitiva nos presentan y recuerdan la pequeñez del ser humano.
Los medios de comunicación cautivadores de masas que nos hablan del glamour y de la desconocida gente vip, siempre serán capaces de poner el mayor énfasis posible en la divulgación del evento para poder despertar la necesidad de asistencia del incauto visitante, facilitando el poder presumir ante los amigos, de su estancia y anónima presencia. Al final, todo queda abandonado en el recuerdo y nadie habla del fracasado rendimiento de la inversión realizada.

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La sobreexplotación de los recursos naturales realizada por las actividades humanas siempre es perecedera y con el paso del tiempo, la sociedad también se da cuenta de la cambiante evolución de las necesidades colectivas, lo que precisa desarrollar nuevas ocurrencias con las que atraer a otros diferentes sectores de población con visitantes dispuestos a favorecernos con la compra de nuevos servicios.
Aparece la importancia, como dependiente de la majestuosidad del acontecimiento y de la capacidad de concentración de grandes cantidades de personas como auténticos hormigueros, siendo la clave del éxito de cualquier iniciativa que, en definitiva, viene medida por el número de toneladas de basura e inmundicia que dejan abandonada por los suelos donde se concentra la avalancha de personas incívicas y ruidosas que acuden a presenciarlo, porque lo verdaderamente importante, son las cifras macroeconómicas que posteriormente se publicarán para abrumarnos con las escandalosas cantidades, nunca imaginables y que en definitiva nos presentan y recuerdan la pequeñez del ser humano.
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