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El artista Joan Beltran Bel.-

Estos días nos está haciendo un clima invernal, los aires del norte soplan insistentemente y el frío invierno se apodera de las tierras del Maestrazgo. Tanto en las cumbres de las montañas como en las zonas montañosas, el agua de las charcas se hiela y las aves migratorias buscan lugares más cálidos para poder beber. Los pueblos del Maestrazgo más próximos al mar Mediterráneo, atraen la visita de los tordos que aprovechan para comerse las deliciosas aceitunas de la variedad farga propias de nuestro entorno.
Muchas personas son las que sienten afición por la caza, algunas dedican todo el año para preparar las zonas de «parany» y otras, son verdaderos caminantes que aprovechan las circunstancias meteorológicas para recrear esta afición de cazar con sus escopetas controlando a los tordos que invaden sus fincas y se comen parte de la cosecha.
Hoy he pasado por casa de Joan «el artista del Maestrazgo» que ha recuperado el antiguo oficio de aladrero en las casas de turismo rural Art Rustic en la aldea de Anroig y no estaba, pero como era casi mediodía, he aguardado su regreso y nos ha mostrado la caza de varios amigos de Wenceslas, el de los «Cuentos de Chert«, que desde la región checoslovaca de Bohemia, en la población de Krumlov a orillas de río Vltava habían venido a España a pasar el invierno. Cuando les ha invitado el artista Joan Beltrán Bel a venir con él a su casa para que Neus y Estela se los comiesen fritos con cebolla, han aceptado encantados y como me ha regalado un par para que los probásemos mi padre y yo, esta noche también nos los hemos comido y estaban buenísimos.

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La caza del tordo.-

Cuando se acerca la primavera por las tierras del Maestrazgo, nos percatamos del inicio del buen tiempo climatológico porque aparecen las golondrinas, típicos pajaritos emigrantes que todos los años vienen a confeccionar sus nidos en nuestras latitudes, alimentan a sus crías sin molestar a nadie y por ello, tampoco son molestados.
Debido a este hecho, porque su alimentación está basada principalmente de larvas, gusanitos, moscas y algún mosquito, colaborando en el equilibrio ecológico de unos indeseados insectos y otras especies animales, son muy bien recibidos. Al final del verano, con sus vuelos migratorios, retornan a otros lugares y en el Maestrazgo esperamos resignadamente la llegada del invierno que de nuevo aparecen otras aves migratorias, los conocidos tordos.
Pero estos nuevos visitantes, por las circunstancias naturales, se alimentan primero de bayas y posteriormente de olivas y es aquí dónde nace el problema. Aunque yo no sea cazador, ni me entretenga cazando y no discuta las razones por las que los grupos ecologistas reivindiquen sus ideales, por las que las leyes, regulen o prohíban determinadas prácticas de caza, deberían ser sus defensores y legisladores, quienes con su dinero alimenten a los tordos y que no confiasen en mi persona o en los dueños de las aceitunas que se comen, porque después de estar todo el año cuidando nuestros olivos y anhelando el tiempo de la recolección del fruto de nuestro trabajo, es muy desagradable cuando, a la postre, vienen los ladrones tordos a robarlo.